Por Miguel Guerrero/Tomado de El Caribe
Las
pasiones dominan el escenario político y contaminan el entorno de
algunos candidatos, haciéndoles un daño incalculable. Lo he comprobado
por lo que se lee en las redes, donde la falta de argumentación adquiere
características asombrosas.
Cuando escribí en twitter que el llamado
del presidente Danilo Medina a sus seguidores a buscar debajo de las
piedras los votos para una victoria contundente, mostraba la clase de
“fiera política” que es, me llovieron todos los epítetos. Observé que a
pesar de mantenerse arriba en las encuestas su llamado era una
advertencia contra el triunfalismo del que debían aprender algunos de
sus adversarios.
Citaré
las más caritativas. Todo un ingeniero civil, Ramón G. Henríquez, quien
dice ser también un político, escribió que yo era un “feroz lambón”, un
comerciante no un periodista. Juan Guevara, subdirector de un diario
digital, me acusa de haber cambiado “de discurso”, lo que para él
probablemente significa que de apoyar a un opositor ahora estoy del lado
del gobierno.
En todos los tuits que provoqué hay una evidencia clara
de falta de argumentación. Ninguno trajo un elemento serio de discusión.
Con descalificar les basta. Y me apena pensar que tal actitud domine el
curso del debate, porque trascendería los límites de la decencia
política y la campaña sería un caos que nada bueno dejaría.
El
expresidente Hipólito Mejía elogió públicamente un proyecto del
gobierno. ¿Significa que se vendió? ¡Por Dios! Fue un acto de valor
político. Si llegara a ganar la oposición, hay infinidad de programas
que tendrá que continuar e incluso mejorar, como la tanda extendida, las
estancias infantiles, la ayuda a las Pymes, el 9.1.1., y otras de
incuestionable valor.
Tal vez consciente de ello, Luis Abinader ha
prometido, como hombre juicioso que es, aumentar los planes a favor de
los más vulnerables que ejecuta el gobierno. Espero que no lo
crucifiquen por eso.